Se ha encontrado que la práctica regular de estas disciplinas puede aumentar la densidad de materia gris en áreas del cerebro asociadas con la memoria, la atención y el procesamiento emocional; además, puede aumentar los niveles de GABA (ácido gamma-aminobutírico), un neurotransmisor que ayuda a regular la excitación neuronal y la ansiedad.
Al disminuir la cantidad de estímulos sensoriales externos, el cerebro puede centrarse más en las señales internas y mejorar la capacidad de concentración y atención. Además, cuando estas prácticas se realizan en silencio, ello puede mejorar la plasticidad del cerebro al permitir que se produzcan procesos de consolidación de la memoria y de reorganización de la información almacenada en el cerebro.
Estos cambios estructurales y funcionales sugieren que estas prácticas potencian la reserva cerebral, lo que puede ayudar a compensar la disminución de la función cerebral que ocurre con el envejecimiento y diversas condiciones médicas.